¿Somos malos voluntariamente?
El siguiente artículo es tomado del sitio de la filósofa Esther Charabati, y para mí es una muestra de la manera en que un filósofo profesional se interroga a sí mismo sobre su entorno:
¿Somos malos voluntariamente?
Decía Platón que “ Nadie es malo voluntariamente ”. Hoy, las teorías que quieren explicar el comportamiento exclusivamente a partir de la estructura genética de cada individuo, parecen darle la razón. La conducta moral de las personas ya no se mide por sus actos, sino por las proporciones de determinadas sustancias en cada organismo. La violencia no es producto de la educación, ni mucho menos de una decisión personal, sino de la falta de serotonina, óxido nítrico y monoamino oxidasa. O sea que nadie es responsable de sus actos ni merece reconocimiento por sus logros.
En realidad, estos científicos sólo reeditan las afirmaciones que antes hicieron los psicólogos conductistas en el sentido de que el ambiente — el entorno físico y social— determina la conducta del individuo. Desde esta perspectiva, la responsabilidad recae enteramente sobre la sociedad y resulta difícil explicar que la sociedad castigue a quienes sólo son un producto suyo. El psicólogo norteamericano Adrian Raine, concede que lo genético no es todo: “ Si cambias el ambiente, cambias la predisposición genética hacia la violencia, la puedes activar o desactivar, porque los genes son latentes y necesitan el desencadenamiento del entorno ”.
Queda pues establecido el papel de los genes y el del ambiente, lo que no aparece por ninguna parte es el papel del individuo, ése a quien desde pequeño acusamos de “malo” o “bueno” por los actos que realiza. Sin embargo, sabemos que nuestros actos son libres y que siempre podemos elegir, al menos entre dos opciones. Y si alguien elige lo “malo”, la declaración de Platón queda sin sustento.
Lo cierto es que el asunto es mucho más complicado; no sólo intervienen diversos factores al ejecutar un acto, sino que también ese acto es calificado de diferente manera de acuerdo con los distintos sistemas de evaluación de cada época y lugar. Recordamos el proceso que cuenta Bataille sobre Gilles de Rais, caballero medieval que es acusado de violar y asesinar a los niños que piden limosna. Él confiesa que siente placer al asesinar, pero esto no parece reprobable en un hombre que ha sido entrenado para ello y que ha obtenido el reconocimiento social por sus victorias. Pero el medioevo está llegando al fin y empiezan a regir otros valores.
Las mismas diferencias podemos observar hoy entre un país occidental y uno islámico, por ejemplo, y esto nos lleva a cuestionar la idea de mal que poseemos. ¿El mal es lo que está prohibido por las leyes y las costumbres, lo que es distinto a mí, lo que hace daño a un tercero (aunque puede ser en vista de su bien futuro)? ¿Tenemos una idea innata del mal o adquirimos la que se maneja en nuestra cultura y que es, por tanto, relativa? Las respuestas sin duda no están a la mano, sin embargo, a la luz de las aberraciones perpetradas en los regímenes totalitarios de cualquier signo, parece que lo más sensato es valorar el juicio auténticamente individual como un muro que protege de toda renuncia a uno mismo y nos obliga a asumir la responsabilidad de nuestros actos.
Fuente: http://www.filosofiacotidiana.com/artic_somosmalos.htm
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